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A finales de 2014, la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética (Secpre) hizo públicos los resultados de su informe “La realidad de la cirugía estética en España”, que elabora cada cuatro años.
Había datos esperables: el número de intervenciones ascendió a 65.000 (un descenso del 18% respecto al informe anterior que la Secpre atribuye a la crisis y al intrusismo), las mujeres siguen siendo las más asiduas (87,8%, frente a un 12,2% de hombres)… Y otros quizás no tanto: pasaron por quirófano 870 menores de edad (1,3% del total de operaciones).
Hay estudios que aseguran que el 5% de los españoles tienen orejas de soplillo. Un 5% son muchos españoles, más de 2 millones de conciudadanos. Y aunque no todos se avergüencen por tener los pabellones auditivos muy separados de la cabeza, hay miles de personas para los que esa peculiaridad es un sufrimiento que padecen desde pequeños, no tanto porque se vean feos o raros como porque el tener las orejas así les hace objeto preferente de las burlas de los compañeros.
Desde siempre, las madres han estado al quite con remedios caseros del tipo aplicar un esparadrapo tras las orejas si no para corregir el problema, al menos para paliarlo. Una madre hubo que inventó una pequeña prótesis de silicona transparente, y prácticamente invisible, que se fija a la cabeza y a la parte posterior de la oreja gracias a un adhesivo hipoalergénico.